7. Despedida y hostil bienvenida.
Para aprovechar nuestro último día salimos a caminar buscando una oficina de turismo que aparecía en el plano de la ciudad y así poder preguntar qué podíamos visitar para hacer tiempo (nuestro micro de regreso salía a la tardecita). Nunca encontramos la oficina. Estaba bastante caluroso pero, por suerte, nublado. Caminamos hacia la costanera, nos arrepentimos cuando salió el sol y volvimos caminando por las calles internas. Fuimos por la calle Durazno y buscamos la esquina Convención (célebre por la canción de Jaime Roos). Yo todavía recuerdo que cuando estuve en Montevideo con unos amigos, hace como 18 años, buscamos esa calle porque éramos fanáticos de Jaime. Flor de desilusión nos pegamos cuando vimos que era una esquina común y corriente. Justo antes de llegar a esa esquina nos cruzamos con Leo Masliah que entraba a una casa cargando las bolsas de la compra. Le hice señas a Pablo con el codo que después me preguntó por qué no lo había saludado a Leo. No soy cholula por naturaleza, no me sale decir nada en ese momento, y además me gustan mucho las canciones y cuentos de Masliah pero él me parece medio rayado y no lo imagino muy sociable.
Volvimos al hotel 10 minutos antes de las 11:00. Antes de salir, y después de dejar guardada la mochila grande en el hostel, preguntamos si el zoológico estaba abierto. No estaba. Así que nos tomamos el colectivo (el AE1, más barato) y nos bajamos en Tres Cruces para ir al parque Batlle y Ordóñez. El día estaba poniéndose insoportablemente caluroso. Al parecer entramos al parque por la parte de atrás porque nos pareció bastante feo y descuidado. Nos sentamos en un banco a descansar y tomar agua porque al ratito de caminar ya estábamos todos transpirados. Vimos un cartel de “Ud. Está aquí” y decidimos visitar un supuesto punto de interés llamado “La carreta” que estaba por ahí cerca. Resultó ser una estatua/escultura de una carreta tirada por bueyes que parece ser “el” punto de interés porque había unos gringos sacándose fotos y un par de vendedores ambulantes (el resto del parque estaba semi-desierto). Acordamos que era hora de buscar un lugar para comer y decidimos salir del parque por otro lado para conocer un poco más. Terminamos saliendo por la calle Jorge Canning, viendo una parte más agradable del parque y en una zona mucho más paqueta, con edificios tipo embajadas muy lindos. Para almorzar elegimos (es una forma de decir, el calor nos empujaba a decidirnos rápido) un bar con menúes rápidos, buenos precios y aire acondicionado. Comimos sendas milanesas de pollo y carne al pan con papas fritas y refresco (sólo había Coca Cola para mi disgusto).
En el bar pudimos ver un poco de televisión, cosa que no habíamos hecho en esos días y tampoco hacemos en Rosario porque no tenemos televisor. Era la hora de las noticias: nuestra imagen amable de Montevideo se vino a pique. El noticiero no variaba mucho de los que pueden verse por estos lares: asaltos a estaciones de servicio, trágicos accidentes de tránsito, mujer apuñalada. También leímos el diario, que incluía una carta de lectores hablando de la Ciudad Vieja, de cómo se había pasado de la idea de convertirla en un lugar turístico a una zona abandonada, llena de gente con problemas psiquiátricos, arrebatos, droga. Montevideo la linda nos había estado ocultando su cara oscura.
Cerca de las 14:00 fuimos a tomar el colectivo para volver al centro. Yo no quería ir al hostel porque todavía teníamos muchas horas por delante. Propuse visitar un Museo de la Fotografía que según el mapa turístico estaba en la calle 18 de Julio, a metros del Museo del Gaucho y la Moneda. Parece que el mapa no está actualizado porque, al igual que la secretaría de turismo que no encontramos a la mañana, el museo no existía.
Muertos de calor empezamos a caminar hacia el hostel buscando calles sombreadas. Entramos a una galería que tenía aire acondicionado y nos sentamos en un banquito a descansar. Para aprovechar un rato el aire empezamos a hacer un crucigrama y así nos pasamos como una hora. Salimos y volvimos a entrar a otra galería de la siguiente cuadra, nos quedamos otro rato y luego propuse ir a un bar (con aire acondicionado, ¡obvio!) a tomar un café (la comida ya había bajado). Terminamos entrando al Bar Copacabana, en la calle Sarandí, uno de esos cafés clásicos que siempre son agradables. Yo pedí un cortado que venía con un juguito de naranja en un vasito alto y flaquito muy simpático. También traía una oblea y una pequeña copa con un copito de crema. Una paquetería. Pablo pidió una “merienda” que incluía capuccino, 2 “medialunas porteñas” (que son las que nosotros llamamos medialunas a secas), tostadas con manteca y mermelada, además del jugo, la oblea y la copita con crema. Un placer ese lugar, aunque el mozo dijera “dale”.
Nos quedamos en el bar hasta pasadas las 16:00 y entonces volvimos al hostel. En el camino nos cruzamos con un señor que ya habíamos visto en los días anteriores. Era una especie de cuidacoches, bastante cercano a un linyera, muy sucio, pocos dientes y con mucho olor a vino. Sin querer se lleva por delante a una señora con aspecto de turista y reacciona enseguida: “oh, perdón, I´m sorry”. Acá los linyeras son educados y bilingües.
A las 18 salimos hacia la terminal. Por primera vez tuvimos que ir en un colectivo lleno de gente (después de un rato pude sentarme, Pablo fue siempre parado) porque era la hora pico. El calor y la humedad eran asfixiantes. Empezábamos a despedirnos de Montevideo con una imagen menos idealizada y más real: acá también se viaja (a veces) apretujado, también hay accidentes de tránsito a pesar de la educación de los conductores, también hay (mucha) gente durmiendo en la calle, también hay gente revolviendo en los contenedores (aunque no familias enteras como sucede en Rosario o Buenos Aires).
El colectivo de regreso partió puntual. Las horas fueron pasando entre películas malas, cena fría y caliente y trámites en la aduana. Yo me sentí bastante mal durante todo el viaje y casi no pude dormir. Llegamos a Rosario puntualmente a las 4:10 (el micro seguía a Córdoba). A mí me llamó la atención que llegando a la terminal se viera bastante gente caminando por la calle a esa hora. Pensé que tal vez había un boliche cerca, pero era raro que estuviera abierto un martes. Después vi que la que calle Córdoba estaba cerrada, al parecer obstruida por un contenedor y varios autos. Fue entonces cuando la azafata vino a decirnos que no nos podían dejar en la terminal porque estaba bloqueada, que nos teníamos que bajar ahí. “Ahí” era en plena calle Castellanos entre Córdoba y Santa Fe, frente a la plaza, a las 4:15 de la mañana. Por suerte no éramos los únicos que se bajaron y así en grupo caminamos hasta la terminal. En silencio, salvo alguna que otra puteada o comentario, tan acostumbrados estamos a que pasen estas cosas. Llegamos a una terminal desierta en los andenes pero con algo de gente adentro. No sólo no había taxis sino que al estar las calles aledañas cortadas tampoco pasaban colectivos por ahí. Decidimos esperar a que amaneciera para ir a tomar un colectivo. Yo me sentía un poquitín mejor pero la espera y los nervios volvieron a traer síntomas. Hacía mucho calor. Fui como 5 veces al baño. En ese rato nos fuimos enterando qué había pasado: durante la noche habían herido a un chofer de taxi en un asalto y por eso el bloqueo. Pasamos como pudimos esa hora y media, felizmente no sucumbimos al mal humor pero yo no tenía ganas ni de hacer crucigramas. Pablo consultó el “cuándo llega” y fuimos a esperar el colectivo a unas cuadras de allí, por calle Santa Fe. Llegar a casa fue un verdadero alivio, pero ya empezábamos a extrañar a nuestra querida Montevideo.
Fotos del viaje.