~ Ruinas y piedras
Llegamos tempranito a San Ignacio. Eran las 7:10 cuando bajamos a desayunar antes de empezar la visitar a las Ruinas de San Ignacio Miní. La feria que estaba frente al comedor apenas tenía unos pocos puestos abiertos y sus vendedores no estaban muy despiertos. Por otro lado, casi todos vendían lo mismo: mates, collares, carteras tejidas, llamadores de ángeles. Había también algunos indios guaraníes que vendían sus artesanías sobre una manta en el piso y niños que vendían orquídeas o piedras, que pedían caramelos o galletitas.
Eso me recordó instantáneamente mi viaje al noroeste argentino, donde cada parada implicaba ser rodeado de un remolino de niños que pedían lo que fuera, que recitaban poemas andinos, que querían ser llevados a la ciudad (lo recuerdo especialmente, nos pedían que los adoptásemos y los llevásemos con nosotros a Rosario). Y otra vez la película Slumdog Millionaire venía a mi cabeza y toda la miseria extrema y lo parecidos que son el hambre y la pobreza aunque las religiones, los gobiernos y el paisaje sean otros tan distintos. ¿En qué momento empezamos a separar la naturaleza del hombre? ¿Cómo es posible que se hable de “bellezas naturales de la madre tierra” cuando sus propios habitantes no tienen para comer? Los indígenas que habitan esas tierras privilegiadas ¿son también considerados patrimonio de la humanidad como las ruinas? No parece.
Aunque el desayuno ayudó a despabilarnos no fue fácil ponerle onda a la visita después de 15 horas viajando. El día estaba nublado y un poco fresco. El guía del lugar repetía su rutina cual lorito (y supongo que ése sería su primer recorrido del día), tiraba datos y más datos y decía cosas tales como “hincapieces” para hablar de Lugones y Quiroga quienes fueron los primeros en darle impulso al lugar.
Las ruinas. Construcciones que hablan de una época donde todo comenzó a ser de otra manera, donde la cruz empezó a marcar el camino a seguir, donde un dios único y todopoderoso se impuso por sobre dioses variopintos. Los sacerdotes las llamaban “reducciones”, nada de eufemismos. Árboles que se resisten a morir y crecen sobre los muros, envuelven un pilar hasta casi esconderlo por completo. Paredes levantadas con piedras encastradas prolijamente. Cada vez que veo esas construcciones imagino cómo sería vivir en esa época y envidio la frescura que debían tener esas casas en un clima agobiante. Pero no envidio nada más: me encanta el lavarropas, el gas natural y la losa radiante.
Cuando volvemos al micro Mariano, nuestro coordinador, hace una lectura de lo que acabamos de ver: nos habla de los guaraníes y la cadena de cosas que hacen que vivan en ese estado. Dice que hay una diferencia entre los guaraníes pobres y los pobres a secas. A mí me parecen lo mismo: son pobres y sus miradas están tristes, abatidas. Pero lo más triste de todo es que su presencia parece un detalle más del paisaje, una postal “inevitable”.
Tres horas más de viaje y llegamos a Wanda (pronúnciese vanda) un lugar que lleva ese nombre en honor a una princesa polaca que se sacrificó por su pueblo. Esta segunda excursión incluida en el tour era la visita a la Compañía Minera que se dedica a la explotación de piedras preciosas y semi-preciosas. El guía de este lugar intentaba ser un poco más jocoso que su antecesor de San Ignacio y mechaba chistes malos con una caterva de paparruchadas, todo expresado con una seguridad pasmosa. “Como todos sabemos”, “como ya sabrán” eran las frases que usaba para comenzar sus alocuciones de saberes generales que combinaban el esoterismo, las pseudociencias, la energía, los chacras. “Como todos sabemos, todo en el universo, tiene un por qué. Por eso está el cuarzo”. A mi lado, Pablo se mordía los labios para no proferir algún improperio. A lo largo de la recorrida donde vimos los diferentes tipos de piedras que se extraían y caminamos por algunas de las cuevas donde día a día los mineros trabajan como picapedreros (¡y yo me quejo de mi trabajo!), el guía nos hablaba de las propiedades de cada piedra para distintas dolencias como reuma, mala circulación y hormiguillones (sic) y hasta la receta para preparar un té que reemplaza al Viagra.
La visita a las minas de Wanda (nombre que mí me recordó otra película que no vi, “Los enredos de Wanda”; pero Pablo me dijo, luego de largar una carcajada, que no creía que tuviera que ver con este lugar) es el típico paseo metido de prepo, que a nadie le interesa, que sólo se entiende por un acuerdo entre el lugar y la agencia de turismo para que esta gente pueda vender algunas de sus artesanías (que por otro lado se pueden encontrar en cualquier lado). En fin, cosas que fuimos aprendiendo.
Luego de ese recorrido bastante inútil y cansador, ya que nosotros sólo queríamos llegar al hotel a darnos un baño y descansar, fuimos a almorzar a otro lugar que nosotros tampoco hubiéramos elegido: un tenedor libre más caro que los de Brasil (la típica avivada argentina). Pero estábamos hambrientos y la variedad de platos vino bien. No tanto la música que nos acompañaba, que era una radio que mezclaba la misa criolla con otras canciones folclórico-romanticonas. Esta vez la pareja de italianos se dividió: mientras él se llenaba el plato con un gran bife y guarniciones varias, ella se quedaba de brazos cruzados, miraba la comida de su flamante marido y negaba con la cabeza al mozo que le preguntaba si quería tomar algo.
Con el estómago lleno volvimos a la ruta dispuestos a hacer el último tramo. La aduana estaba a sólo 40 km de allí, pero por los trámites se estimaba que la tardanza podía llevar entre 1 hora y media y dos. Mientras, sigue la banda de sonido del viaje con Julio Iglesias y Chayane. Mi tolerancia estaba al límite. Para paliar los efectos colaterales negativos saqué mi MP3 y me conecté a Ligia Piro. Una mezcla rara y placentera: por la ventana un camino que ya era selvático y de tierra rojiza y en mis oídos música de jazz.
Para matizar la espera de la aduana hicimos algunos crucigramas y aprendimos palabras que ya me olvidé. La tardanza no fue tanta (menos de una hora) pero la llegada al hotel se alargaba más de lo deseado. Todo el pasaje del colectivo estaba repartido en 7 hoteles diferentes y el nuestro era el anteúltimo. Eran las 16:45 (24 hs y 45 minutos después de salir de Rosario) cuando llegamos al Líder Palace Hotel, muertos de cansancio y ofreciendo nuestro reino por una ducha.
El hotel que nos tocó (tres estrellas) está lejos del centro (a unas 20 cuadras). Después de bañarnos quisimos dar una vuelta por los alrededores pero después de unas cuatro cuadras volvimos al hotel (demasiado cansancio). Nuestro paquete turístico era con media pensión (desayuno y cena) pero la cena recién empezaba a las 20 hs así que hicimos tiempo viendo Los Simpsons en la tele de la habitación. A las 20:05 ya estábamos entrando al comedor. El servicio de buffet que nos acompañaría en todo el viaje hizo que comiéramos como nunca en nuestras vacaciones (acostumbrados como estamos a un menú que consiste en arroz con atún, fideos o atún con arroz). Eran las 21 hs y ya estábamos listos para dormir. Evaluamos los posibles los inconvenientes de enchufar el cargador de las pilas 220 a los tomacorrientes de 110 (increíble: con sólo cruzar la frontera, cambian tantas cosas, como los enchufes. Lo mismo nos pasó en Uruguay donde tuvimos que comprar un adaptador con un diseño de patitas que acá desconocíamos). Repasamos algunos canales de la tv brasilera y paraguaya, atestados de pastores evangélicos y publicidades inverosímiles (“Conocé la cultura Emo, mandá ´fleco´ al 2020”). Y nos dormimos temprano, agotadísimos y conscientes de que al día siguiente nos esperaba una jornada movidita.
[Continuará]
Fotos del viaje.
Ir a Día 3: Agua que no has de creer.
miércoles, 27 de mayo de 2009
lunes, 25 de mayo de 2009
DIARIO DE VIAJE - Cataratas - Día 1
~ Un viaje de películas.
No es muy común salir de vacaciones en mayo, sobre todo teniendo en cuenta que con Pablo salimos de vacaciones de verano hace apenas tres meses, en febrero. Sólo dos veces salí de viaje en mayo y en ambos casos no se trataba de vacaciones sino un viaje incierto, sin rumbo fijo. La primera vez fue hace 12 años cuando me fui a Europa a bailar tango: lo único que sabía es que llegaría a Barcelona y nos quedaríamos todo el tiempo que pudiéramos. Ese tiempo fueron casi 6 meses. La segunda vez fue hace 8 años. Había renunciado a mi trabajo en Coto y me iba a Bariloche, a ver cómo era vivir en el sur, un viejo sueño de juventud. Me quedé tres años a ver cómo era. Pero esta vez fue diferente: sabíamos casi todo desde principio a fin. Era, incluso diferente para los dos, que solemos viajar por nuestra cuenta y no contratando un tour. Pero como era un viaje corto decidimos hacerlo de esta manera. Al finalizar el viaje constataríamos lo que ya sospechábamos: los paquetes turísticos no son lo nuestro.
La salida fue puntual: eran las cuatro de la tarde cuando partimos desde la terminal de ómnibus Mariano Moreno. El colectivo llevaba unos 20 pasajeros, en general gente de 50 a 60 y pico salvo por un par de parejas como la que se sentó al lado nuestro. Apenas subieron noté algo diferente. No sé mucho de marcas, pero se notaba que usaban ropa cara. Finalmente supimos que eran italianos, de Nápoli (alguien acotó lo inevitable: ¡Maradona!). En Santa Fe subirían otros italianos que eran de Torino.
Viajar en un tour te hace convivir por unos días con gente con la que no te cruzarías nunca y que nunca elegirías para pasar tus vacaciones: señoras que cuentan de sus viajes a Dubai y Ecuador, un señor mugriento que tiene las uñas negras y no para de fumar, una parejita de mieleros que tienen toda la pinta de ser fans del reggaetón (esto es puro prejuicio, porque nunca los escuché cantando esa música), un señor (el que se sentaba delante de nosotros) que aprovecha cada momento para hacer alarde del conocimiento adquirido en todos sus viajes . Así nos enteramos de que ésta era como la tercera o cuarta vez que iba a Cataratas (se ve que le gustan). Y aquí debo aclarar: puede resultar muy insoportable pero ya me gustaría a mí poder hacer alarde de todos esos viajes.
Luego de un par de horas de viaje empecé a leer el libro que me había comprado especialmente para la ocasión: “Una luna” de Martín Caparrós. Según la contratapa “… es un diario de viaje acelerado, enloquecido. Un ´hiperviaje´: un mes de saltos entre Kishinau y Monrovia, Amsterdam y Lusaka, Pittsburgh y París… en el que Caparrós, enviado por una agencia de las Naciones Unidas, se encuentra con jóvenes migrantes de muy diversas clases: mujeres traficadas, refugiados de guerra, polizones de pateras, niños soldados, víctimas del sida… toda esa enorme población actual que, de un modo u otro, busca lugares nuevos para intentar vidas distintas”.
Queda claro que no es un libro pasatista pero tengo que admitir que casi ni reparé en el contenido cuando lo compré. Tengo una admiración casi incondicional por la escritura (y el modo de vida) de Caparrós y no vacilo en gastar plata en sus libros. La cuestión es que a las pocas páginas de empezarlo me inundó una cierta depresión. No era sólo por enterarme de la vida de una mujer rusa que a los veintitantos ya había pasado por el calvario de ser vendida por su propio marido, obligada a prostituirse, forzada a perder un embarazo, vejada, torturada, despreciada por su propia familia, etc, etc. Aún antes de llegar a esa parte, en el prólogo nomás, uno puede leer la genialidad con la que Caparrós puede hablar de cosas triviales o profundas sin ser melodramático ni parco, sin dejar de sorprender. Lo admiro y lo envidio a la vez y me siento, al intentar mis propias crónicas de viajes, como un aprendiz de brujo que intenta crear un arco iris y apenas consigue una filigrana en blanco y negro.
Durante todo el viaje seremos sometidos a una especie de test de tolerancia musical: José Luis Perales (o Django, no supimos diferenciar), Luis Miguel, Los Nocheros, Eros Ramazzotti. Sólo en un par de ocasiones escucharemos sonidos más afines a nuestros oídos: Los Abuelos de la Nada, algo de música brasilera. El resto será padecimiento.
A las 18 hs estamos llegando a Santa Fe donde hacemos una parada técnica para ir al baño y recoger pasajeros. Un negocio de libros usados acapara nuestra atención. Miramos un rato y finalmente Pablo compra dos libros de ciencia ficción de una autora para mí absolutamente desconocida (Anne McCaffrey). En realidad, hasta conocerlo a Pablo, casi todos los autores de ciencia ficción, sacando a un par de best sellers, eran para mí desconocidos. Yo sólo compré una revista de crucigramas (con muchos, muchos crucigramas) que nos haría buena compañía en nuestros ratos de ocio.
Luego de cruzar el túnel subfluvial llegamos a Paraná donde volvemos a hacer una parada para recoger a los últimos pasajeros. Una vez que todos estamos arriba y en camino nuevamente, Mariano, nuestro coordinador comenzará a contarnos detalles “de lo que es” el viaje y los lugares “de que” vamos a disfrutar. La locución no era su fuerte (aunque si lo comparamos con los locutores de hoy en día casi no hay diferencias): todas sus frases tenían algún tipo de dequeísmo, algún fijensén, un “todo lo que tiene que ver con”, algún “todo lo que es”. Fuera de eso, que Pablo y yo no lográbamos pasar por alto y a mí me irrita un poco, era simpático, responsable, atento y muy alto. Cuando caminaba por el micro tenía que hacerlo encorvado para no chocarse el techo. Eso me recordó a “¿Quieres ser John Malkovich?”, una película de humor absurdo donde hay una piso llamado el 7 ½ y en el que es necesario que todos caminen encorvados por los techos bajos. Un piso a mi medida.
Mientras Mariano nos cuenta de los caminos que vamos a recorrer antes de llegar a Misiones, los ríos que cruzaremos, las rutas de las provincias de Entre Ríos y Corrientes, yo miro por la ventanilla y me acuerdo del disco “Litoral” de Liliana Herrero, de “la luna es un camalote que florece en cada aguada…”.
Más tarde vemos una película: “No reservations” con Katherine Zeta Jones y la niña de Little Miss Sunshine, una comedia dramática, simpática para un viaje. Los personajes principales son chefs así que a lo largo de la película se ven unos tremendos platos de spaghetti, carnes, salsas. Y el estómago empezando a quejarse. Lamentablemente la cena no se pareció en nada a lo que veíamos en la pantalla: nos detuvimos en un parador de Federal donde sólo podíamos elegir entre una magra variedad de sándwiches envasados. Y la compañía de un televisor que pasaba los videos “más top” con todos los clichés esperados: joven de color (negro) algo excedido de peso, vestido con ropas muy holgadas, tatuajes, collares, cadenas y anillos al mejor estilo proxeneta le canta a una mujer despampanante, rubia por supuesto, similar a un travesti muy producido, con ropas muy ajustadas al cuerpo, que se refriega y baila junto a un auto descapotable (rojo, por supuesto). La canción habla de un amor (imposible, por supuesto) que tiene final feliz, por supuesto.
La pareja de italianos no compra nada para cenar, sólo comen unos pequeños sándwiches que tienen envueltos en papel de aluminio. Y entonces me acuerdo de otra película, “Babel” y el personaje de Cate Blanchett, que estando de viaje en Marruecos se niega a tomar agua o a comer nada porque desconfía de todo lo que hay a su alrededor. O acaso, pensé, hayan visto “Slumdog millionaire”, la película que ganó varios Oscars en la última edición. Pablo y yo vimos esa película la noche anterior a salir de viaje. Hay allí, una escena en un comedor o fast food donde está trabajando el protagonista de la película. Mientras el diálogo gira en torno a la decisión de ir a buscar a su amiga de la infancia, su compañero lo ayuda a completar el pedido: saca una botella de plástico de un barril repleto de botellas vacías, la llena con agua de la canilla, toma una tapita plástica de un recipiente repleto de tapitas y con un pegamento la sella para dejarla completamente cerrada. Todo sucede de modo rápido y casi en segundo plano y mí me pareció una escena genial. Aunque ahora, viendo a los italianos y poniéndome en su lugar, los imagino recordando la película y suponiendo que Argentina e India no están tan lejos culturalmente hablando y que mejor no arriesgarse con estos sudacas tercermundistas.
Cuando volvimos al micro, y para ayudarnos a un sueño más plácido, el coordinador nos ofreció café al cognac (que realidad era licor de café al cognac) y una galletita tipo Rhodesia pero marca Royal. Con el estómago lleno me dispuse a pasar la noche. En general no tengo problemas para dormir, puedo hacerlo hasta de pie. Pero esta vez tuve suerte extra: el micro venía con asientos libres así que me pasé a los asientos de atrás y me acurruqué a lo largo de las dos butacas para dormir sin interrupciones. Pablo, con varios centímetros más de estatura y con menos facilidad para conciliar el sueño en lugares fuera de la cama, no tuvo la misma suerte. Hay veces en que ser petiso tiene sus ventajas.
[Continuará]
Fotos del viaje.
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No es muy común salir de vacaciones en mayo, sobre todo teniendo en cuenta que con Pablo salimos de vacaciones de verano hace apenas tres meses, en febrero. Sólo dos veces salí de viaje en mayo y en ambos casos no se trataba de vacaciones sino un viaje incierto, sin rumbo fijo. La primera vez fue hace 12 años cuando me fui a Europa a bailar tango: lo único que sabía es que llegaría a Barcelona y nos quedaríamos todo el tiempo que pudiéramos. Ese tiempo fueron casi 6 meses. La segunda vez fue hace 8 años. Había renunciado a mi trabajo en Coto y me iba a Bariloche, a ver cómo era vivir en el sur, un viejo sueño de juventud. Me quedé tres años a ver cómo era. Pero esta vez fue diferente: sabíamos casi todo desde principio a fin. Era, incluso diferente para los dos, que solemos viajar por nuestra cuenta y no contratando un tour. Pero como era un viaje corto decidimos hacerlo de esta manera. Al finalizar el viaje constataríamos lo que ya sospechábamos: los paquetes turísticos no son lo nuestro.
La salida fue puntual: eran las cuatro de la tarde cuando partimos desde la terminal de ómnibus Mariano Moreno. El colectivo llevaba unos 20 pasajeros, en general gente de 50 a 60 y pico salvo por un par de parejas como la que se sentó al lado nuestro. Apenas subieron noté algo diferente. No sé mucho de marcas, pero se notaba que usaban ropa cara. Finalmente supimos que eran italianos, de Nápoli (alguien acotó lo inevitable: ¡Maradona!). En Santa Fe subirían otros italianos que eran de Torino.
Viajar en un tour te hace convivir por unos días con gente con la que no te cruzarías nunca y que nunca elegirías para pasar tus vacaciones: señoras que cuentan de sus viajes a Dubai y Ecuador, un señor mugriento que tiene las uñas negras y no para de fumar, una parejita de mieleros que tienen toda la pinta de ser fans del reggaetón (esto es puro prejuicio, porque nunca los escuché cantando esa música), un señor (el que se sentaba delante de nosotros) que aprovecha cada momento para hacer alarde del conocimiento adquirido en todos sus viajes . Así nos enteramos de que ésta era como la tercera o cuarta vez que iba a Cataratas (se ve que le gustan). Y aquí debo aclarar: puede resultar muy insoportable pero ya me gustaría a mí poder hacer alarde de todos esos viajes.
Luego de un par de horas de viaje empecé a leer el libro que me había comprado especialmente para la ocasión: “Una luna” de Martín Caparrós. Según la contratapa “… es un diario de viaje acelerado, enloquecido. Un ´hiperviaje´: un mes de saltos entre Kishinau y Monrovia, Amsterdam y Lusaka, Pittsburgh y París… en el que Caparrós, enviado por una agencia de las Naciones Unidas, se encuentra con jóvenes migrantes de muy diversas clases: mujeres traficadas, refugiados de guerra, polizones de pateras, niños soldados, víctimas del sida… toda esa enorme población actual que, de un modo u otro, busca lugares nuevos para intentar vidas distintas”.
Queda claro que no es un libro pasatista pero tengo que admitir que casi ni reparé en el contenido cuando lo compré. Tengo una admiración casi incondicional por la escritura (y el modo de vida) de Caparrós y no vacilo en gastar plata en sus libros. La cuestión es que a las pocas páginas de empezarlo me inundó una cierta depresión. No era sólo por enterarme de la vida de una mujer rusa que a los veintitantos ya había pasado por el calvario de ser vendida por su propio marido, obligada a prostituirse, forzada a perder un embarazo, vejada, torturada, despreciada por su propia familia, etc, etc. Aún antes de llegar a esa parte, en el prólogo nomás, uno puede leer la genialidad con la que Caparrós puede hablar de cosas triviales o profundas sin ser melodramático ni parco, sin dejar de sorprender. Lo admiro y lo envidio a la vez y me siento, al intentar mis propias crónicas de viajes, como un aprendiz de brujo que intenta crear un arco iris y apenas consigue una filigrana en blanco y negro.
Durante todo el viaje seremos sometidos a una especie de test de tolerancia musical: José Luis Perales (o Django, no supimos diferenciar), Luis Miguel, Los Nocheros, Eros Ramazzotti. Sólo en un par de ocasiones escucharemos sonidos más afines a nuestros oídos: Los Abuelos de la Nada, algo de música brasilera. El resto será padecimiento.
A las 18 hs estamos llegando a Santa Fe donde hacemos una parada técnica para ir al baño y recoger pasajeros. Un negocio de libros usados acapara nuestra atención. Miramos un rato y finalmente Pablo compra dos libros de ciencia ficción de una autora para mí absolutamente desconocida (Anne McCaffrey). En realidad, hasta conocerlo a Pablo, casi todos los autores de ciencia ficción, sacando a un par de best sellers, eran para mí desconocidos. Yo sólo compré una revista de crucigramas (con muchos, muchos crucigramas) que nos haría buena compañía en nuestros ratos de ocio.
Luego de cruzar el túnel subfluvial llegamos a Paraná donde volvemos a hacer una parada para recoger a los últimos pasajeros. Una vez que todos estamos arriba y en camino nuevamente, Mariano, nuestro coordinador comenzará a contarnos detalles “de lo que es” el viaje y los lugares “de que” vamos a disfrutar. La locución no era su fuerte (aunque si lo comparamos con los locutores de hoy en día casi no hay diferencias): todas sus frases tenían algún tipo de dequeísmo, algún fijensén, un “todo lo que tiene que ver con”, algún “todo lo que es”. Fuera de eso, que Pablo y yo no lográbamos pasar por alto y a mí me irrita un poco, era simpático, responsable, atento y muy alto. Cuando caminaba por el micro tenía que hacerlo encorvado para no chocarse el techo. Eso me recordó a “¿Quieres ser John Malkovich?”, una película de humor absurdo donde hay una piso llamado el 7 ½ y en el que es necesario que todos caminen encorvados por los techos bajos. Un piso a mi medida.
Mientras Mariano nos cuenta de los caminos que vamos a recorrer antes de llegar a Misiones, los ríos que cruzaremos, las rutas de las provincias de Entre Ríos y Corrientes, yo miro por la ventanilla y me acuerdo del disco “Litoral” de Liliana Herrero, de “la luna es un camalote que florece en cada aguada…”.
Más tarde vemos una película: “No reservations” con Katherine Zeta Jones y la niña de Little Miss Sunshine, una comedia dramática, simpática para un viaje. Los personajes principales son chefs así que a lo largo de la película se ven unos tremendos platos de spaghetti, carnes, salsas. Y el estómago empezando a quejarse. Lamentablemente la cena no se pareció en nada a lo que veíamos en la pantalla: nos detuvimos en un parador de Federal donde sólo podíamos elegir entre una magra variedad de sándwiches envasados. Y la compañía de un televisor que pasaba los videos “más top” con todos los clichés esperados: joven de color (negro) algo excedido de peso, vestido con ropas muy holgadas, tatuajes, collares, cadenas y anillos al mejor estilo proxeneta le canta a una mujer despampanante, rubia por supuesto, similar a un travesti muy producido, con ropas muy ajustadas al cuerpo, que se refriega y baila junto a un auto descapotable (rojo, por supuesto). La canción habla de un amor (imposible, por supuesto) que tiene final feliz, por supuesto.
La pareja de italianos no compra nada para cenar, sólo comen unos pequeños sándwiches que tienen envueltos en papel de aluminio. Y entonces me acuerdo de otra película, “Babel” y el personaje de Cate Blanchett, que estando de viaje en Marruecos se niega a tomar agua o a comer nada porque desconfía de todo lo que hay a su alrededor. O acaso, pensé, hayan visto “Slumdog millionaire”, la película que ganó varios Oscars en la última edición. Pablo y yo vimos esa película la noche anterior a salir de viaje. Hay allí, una escena en un comedor o fast food donde está trabajando el protagonista de la película. Mientras el diálogo gira en torno a la decisión de ir a buscar a su amiga de la infancia, su compañero lo ayuda a completar el pedido: saca una botella de plástico de un barril repleto de botellas vacías, la llena con agua de la canilla, toma una tapita plástica de un recipiente repleto de tapitas y con un pegamento la sella para dejarla completamente cerrada. Todo sucede de modo rápido y casi en segundo plano y mí me pareció una escena genial. Aunque ahora, viendo a los italianos y poniéndome en su lugar, los imagino recordando la película y suponiendo que Argentina e India no están tan lejos culturalmente hablando y que mejor no arriesgarse con estos sudacas tercermundistas.
Cuando volvimos al micro, y para ayudarnos a un sueño más plácido, el coordinador nos ofreció café al cognac (que realidad era licor de café al cognac) y una galletita tipo Rhodesia pero marca Royal. Con el estómago lleno me dispuse a pasar la noche. En general no tengo problemas para dormir, puedo hacerlo hasta de pie. Pero esta vez tuve suerte extra: el micro venía con asientos libres así que me pasé a los asientos de atrás y me acurruqué a lo largo de las dos butacas para dormir sin interrupciones. Pablo, con varios centímetros más de estatura y con menos facilidad para conciliar el sueño en lugares fuera de la cama, no tuvo la misma suerte. Hay veces en que ser petiso tiene sus ventajas.
[Continuará]
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miércoles, 13 de mayo de 2009
Lo normal
Sí, le cuento. Pero primero déjeme aclararle señor juez que nosotros nunca nos hubiéramos imaginado que algo así podía pasar. A nosotros digo. Claro que lo hemos visto en los noticieros, pasa mucho en Norteamérica, esos lugares. Pero acá y a nosotros, nunca.
¿Mi relación con la acusada? La tía, soy la tía.
¿Qué tipo de relación tengo? Y… de tía, soy la tía. Soy la hermana de Fabiana, la madre.
¿Si somos muy unidas? ¿Con la madre, dice? Ah, con mi sobrina… Y, lo normal. No le voy a decir que es mi sobrina preferida, porque le mentiría, pero tampoco es que le haga vacío… Lo normal. Nosotros somos de familia numerosa, fíjese que de mi parte somos tres hermanos, que suman 9 sobrinos, más los del lado de mi marido que son 7 de un matrimonio anterior… Así que imagínese la parentela que somos.
¿De la infancia quiere saber? Sí, le cuento. Ya de chiquita era, como decirle, especial. Con decirle que de bebé ni lloraba, “es una santa” decíamos y mire cómo viene a salir. Cada tanto le agarraba un berrinche que no la parábamos con nada. Ahí sí, le soy sincera, un chirlo había que darle. Pero en general era buenita. Demasiado buenita le diría, ya era raro. Y muy solitaria. Ni cuando empezó el jardín logramos que se juntara con otros chicos. Siempre solita haciendo dibujitos. Era tan mansita que hasta la maestra lo destacaba, decía “¡pero si esta chica parece una planta!”. Lo que sí, ¡tenía una imaginación! Claro, quién iba a pensar que la imaginación se le iba a ir para ese lado. A uno cuando le dicen que el chico le salió con imaginación ¿que se piensa?: me salió un Picasso, un Mozart, una cosa así. ¿Qué se va a imaginar esto? Por ahí en los dibujitos que hacía uno podía ver un costado… como decirle: oscuro. Algún compañerito con un cuchillo en la cabeza, otro colgando de un árbol, esas cosas que hacen los chicos. Y por eso la entendimos a la maestra cuando nos dijo que prefería mantenerla separada del resto para preservarla a ella… y a los compañeritos también. Es lógico, ella tenía que velar por todos.
¿Con los hermanos? Tampoco se juntaba mucho. Porque los otros eran medio salvajes, hay que decirlo. Pero eran cosas de chicos, se tiraban de los pelos, se arañaban, lo normal. ¿Cómo? ¿Si se peleaban entre los tres? Más bien era siempre los dos más grandes contra ella, no sé por qué, vio que los hermanos son así, celosos. La cosa es que la tenían medio de punto, me acuerdo una navidad que le quemaron la única muñeca que le había traído Papa Noel y después le pintaron la cara con las cenizas. ¡Cómo lloraba! ¿Pero nosotros qué íbamos a hacer?, eran chicos, haciendo cosas de chicos. Lo normal.
¿Si de chica ya daba indicios? ¡¡Para nada!! ¡Si era un pan de dios! Callada, muy seria. Como para que se dé una idea, ¿sabe qué recortaba de los diarios? Usted va a pensar las historietas, los dibujitos… no, ¡los avisos fúnebres! Cinco años tenía cuando hacía eso, pero nosotras con la madre pensábamos que era porque le gustaban las oraciones que siempre aparecen ahí… aunque ahora que lo pienso todavía no sabía leer. Bueno, como sea, ni se nos ocurrió pensar que era por algo malo. Era muy buenita. Y muy seria. Demasiado seria le diría. Siempre se quería vestir de negro, si cuando empezó primer grado, no había forma de que se pusiera el delantal. Al final accedió si la madre la dejaba ponerse un buzo negro largo que le llegaba a las rodillas. Y lo de las uñas fue otra pelea que tuvieron. ¿Dónde se ha visto que una nena de seis años se pintara las uñas de negro? ¡Y para ir a la escuela! La madre no la dejó, le dijo que tenía que madurar para hacer esas cosas. Así que recién se lo permitió cuando empezó segundo grado. Tampoco iba a dejar que hiciera lo que se le daba la gana.
Y no es que uno pueda decir que la controlaran mucho. Vio que se dice que estas tragedias pasan cuando en la casa hay un padre muy autoritario. Nada que ver. Raúl, el padre, es viajante así que está poco y nada en la casa. Y Fabiana, lo mismo, entre el trabajo, el gimnasio, el curso de flores de Bach, casi que no tiene mucho tiempo. Ni para cocinar, porque eso yo se lo dije unas cuantas veces: “esta chica no come sano”. Pero ella me decía y con razón: “yo no soy cocinera, ya es grande, que aprenda”. Y la verdad es que si no, los chicos se malacostumbran a que la madre sea la sirvienta y no es así. Lo digo por experiencia, porque yo tengo un hijo de 37 que vive conmigo y no sale de casa si no le planché la camisa. Ella no, ella los quiso criar distinto a los suyos. Pero al final mire cómo le salieron. Bah, esta chica nomás porque los otros son unos santos.
No, no , no. No es que esté diciendo que es un desastre. Es una chica normal que va a la escuela y esas cosas. Pero tiene lo suyo, como todos los adolescentes, porque al final es eso, una adolescente con cosas de adolescentes. Y después está el temita ese que ya sabemos… de los kilitos de más. Ojo que ella nunca lo sintió como algo malo, siempre estuvo orgullosa de su gordura. Aunque, hay que decirlo, no le gusta que se lo mencionen. Si por ejemplo le llegábamos a decir que parara de comer, que la terminara con los alfajores, ahí sí se ponía como loca. Vio cómo son los chicos que no la entienden, uno lo hace por su bien pero no la entienden. Y yo creo que ese tema tuvo mucho que ver en su mala relación con los compañeros y con los maestros. Igual yo creo que agrandaba un poco las cosas porque una vez vino diciendo que la maestra la había llamado al frente porque justo estaban dando la vida de las ballenas y la puso como ejemplo. Lo de las ballenas es cierto porque después vi la carpeta y tenía una lámina y todo. Pero lo otro… vaya uno a saber… Inventaba mucho.
¿Si hay alguien más así en la familia? ¿Así, cómo? ¿Obeso? Yo no diría… por ahí Fabiana la madre no es lo que se dice Valeria Mazza, pero se cuida, va al gimnasio. Se la pasa en el gimnasio. Pero esta chica nunca quiso saber nada con el gimnasio, siempre encerrada, siempre seria. Y al final nosotros decíamos y bueno, será seria nomás, tampoco uno tiene que estar riéndose como en un circo todo el tiempo. ¿Sabe lo que me estoy acordando? Que Fabiana una vez vino con una idea media rara de que capaz que a la nena había que tratarla, que capaz que un psicólogo la podía enderezar. Pero a mí me pareció una locura. ¿A qué tiene que ir un chico a un médico de locos? A qué lo vuelvan más loco. A mí que me disculpen pero esas cosas modernas son inventos para sacar plata. ¿Qué le podía faltar? Todo le dieron, nunca le faltó nada, bicicleta, internet, play station. Todo lo que querían, lo tenían. Es verdad que a la nena le compraban pocas cosas nuevas y casi siempre le tocaban las cosas que los más grandes ya no usaban. Pero eso es normal, pasa en todas las familias, tampoco se puede todo. Pero no por eso va a necesitar ir a un psicólogo, dónde se ha visto.
¿Si es agresiva? No, para nada. Por ahí contesta mal, pero muy pocas veces. Es que prácticamente no habla y cuando una le habla está con esa música enchufada en las orejas que no presta atención. Lo que sí me acuerdo de una anécdota de un día en que estábamos festejando el cumpleaños de uno de los hermanos y la madre le dijo que si seguía comiendo así iban a tener que llamar a una grúa para levantarla de la silla. A todos nos hizo gracia y nos largamos a reír, vio que uno se tienta. Pero a ella no le hizo gracia y ahí nomás se levantó como una tromba, tiró el plato de ravioles contra la pared y se fue gritando “¿por qué no se mueren todos?”. Mire usted, ahora que lo pienso, indirectamente se ve que deseaba algo así. Pero qué íbamos a pensar… Esas son cosas que se dicen sin pensar. Para mi gusto se excedió un poco porque la madre lo único que quería era que tomara conciencia. Pero se ve que ella no lo entendió así.
¿Para los 15 qué pasó? Y fiesta no quiso, como ya nos imaginábamos. Mire que hacerle eso a los padres, la única hija mujer y no querer la fiesta de los quince. Ni viaje a Disney quiso, nada. ¿Sabe lo que pidió de regalo? Quería irse a un recital a no sé qué ciudad de Europa, de un grupo que ni sé cómo se llamaba y cantaban a los gritos. Ni locos, antes que regalarle eso nos cortábamos las manos. Digo cortábamos porque para el regalo íbamos a colaborar todos. Así que nosotros le hicimos nomás la fiesta, le compramos un vestido rosa precioso que la verdad fue difícil conseguir para ese talle, pero no quiso saber nada. Dijo que antes de ponerse ese vestido se cortaba las venas. Siempre fue una exagerada. Y a la fiesta fue porque la amenazamos con cortarle internet. Pero fue con la cara larga, vestida de negro, un desastre. Y estuvo toda la noche sentada en un rincón, no se paró ni para las fotos. Teníamos que ir todos hasta donde estaba ella para posar. Pero la fiesta se la hicimos, esas cosas pasan una vez en la vida y cuando sea grande lo va a agradecer. Justamente viendo las fotos de la fiesta fue que nos enteramos del tatuaje ése que tiene, con esa frase tan terrible. Jamás nos había dicho nada que se había hecho un tatuaje y después en las todas fotos salió levantándose la manga para mostrarlo. Ahora que lo pienso hasta parece una amenaza premeditada, pero uno que iba a pensar algo así…
Si hasta en la escuela se lo festejaron. Los compañeros llevaron globos y hasta le regalaron un cd con música caribeña. Ella como siempre, que toma todo para el otro lado, dijo que era para burlarse porque a los globos les habían dibujado su cara y puesto su nombre. Y que lo de la música era porque ese estilo se llama "vallenato" que es como le decían a veces a ella para enojarla. Y la verdad que ahora yo no sé qué creer, si en la crueldad que pueden tener los chicos o en lo retorcida que puede ser la mente de mi sobrina que siempre se hace la víctima...
¿Que le cuente de la semana anterior a que pasara todo? Sí, como no. Yo hacía mucho que no la veía porque como le dije tengo mucha familia, estamos siempre de acá para allá. Y si uno no se entera de nada es porque están todos bien. La cosa que una tarde me llama mi hermana para pedirme la receta de una torta que yo siempre hago y ahí le pregunto cómo andan todos y ella me cuenta de mi cuñado que estaba en Salta, de los chicos, todo bien. Ahora que lo pienso de la nena no me dice nada, me cuenta de los dos mayores, que estaban muy bien, con trabajo, con novia, todo, pero de la más chica no me dice ni mu. Y lo que sí me cuenta muy preocupada es que no encuentra por ningún lado el revólver de mi cuñado y que él le dijo por teléfono que no se acordaba si lo había traído a casa o no. Ahí yo le dije: “pero cómo no se va a acordar de una cosa así” y ella me dice que como se junta con los amigos a practicar tiro, que es una afición que tiene de hace mucho, no se acuerda si se lo dejó en la casa de los amigos o lo trajo a la casa. Yo ahora, atando cabos y esto es una opinión mía, me doy cuenta de que la nena ya se lo debía haber sacado a escondidas y lo tenía guardado.
La cosa que al otro día me la encuentro a la nena en la calle y cosa rara en ella se cruza para saludarme y se me pone a hablar. Parecía otra, más normal. Y ahí me cuenta que va a actuar en el acto del día de San Martín y usted no sabe lo contenta que yo me puse porque la vi como alegre, entusiasmada, cosa rara en ella. Porque nunca fue de participar en ningún acto, siempre hosca, muy para adentro. Por eso me alegré porque me dije: “bueno, parece que la madurez está llegando”. Y ese día me dijo: “no sabés tía, va a ser genial, se van a acordar todos de mi actuación”. Y mire que a mí se me ocurrió pensar que a lo mejor se le daba por estudiar para actriz, por qué no, podía ser la nueva Ana María Giunta, ¿uno que sabe? ¿Por qué la vamos a menospreciar, que algún talento debe tener, escondido, pero lo debe tener?
Y así como le digo, a los dos días pasa esto que ya sabemos, que en medio del acto saca el revólver y empieza a los tiros, y bueno, toda esa desgracia que ya sabemos. Yo entiendo que no se hable de otra cosa, que la masacre esto, que la masacre aquello. Pero en el medio de todo eso está mi sobrina, que es un ser humano como cualquiera que se merece otra oportunidad. Qué se le va a hacer, nos salió medio torcida y encima gordita, pero no tiene la culpa. La culpa es de los demás, de la sociedad que está enferma y no sabe aceptar al que es diferente. En la escuela, ¿no se dieron cuenta los maestros? Claro, si se la pasan de huelga. Ahora resulta que mi sobrina es una asesina ¡ pero por favor! ¡Ella también es una víctima! ¡Todos somos víctimas de esta sociedad! No hay contención para el chico de hoy, no se lo toma en cuenta, se lo discrimina. Y claro, después pasan estas cosas. Hasta que la sociedad no cambie de mentalidad, esto no cambia señor juez.
¿Mi relación con la acusada? La tía, soy la tía.
¿Qué tipo de relación tengo? Y… de tía, soy la tía. Soy la hermana de Fabiana, la madre.
¿Si somos muy unidas? ¿Con la madre, dice? Ah, con mi sobrina… Y, lo normal. No le voy a decir que es mi sobrina preferida, porque le mentiría, pero tampoco es que le haga vacío… Lo normal. Nosotros somos de familia numerosa, fíjese que de mi parte somos tres hermanos, que suman 9 sobrinos, más los del lado de mi marido que son 7 de un matrimonio anterior… Así que imagínese la parentela que somos.
¿De la infancia quiere saber? Sí, le cuento. Ya de chiquita era, como decirle, especial. Con decirle que de bebé ni lloraba, “es una santa” decíamos y mire cómo viene a salir. Cada tanto le agarraba un berrinche que no la parábamos con nada. Ahí sí, le soy sincera, un chirlo había que darle. Pero en general era buenita. Demasiado buenita le diría, ya era raro. Y muy solitaria. Ni cuando empezó el jardín logramos que se juntara con otros chicos. Siempre solita haciendo dibujitos. Era tan mansita que hasta la maestra lo destacaba, decía “¡pero si esta chica parece una planta!”. Lo que sí, ¡tenía una imaginación! Claro, quién iba a pensar que la imaginación se le iba a ir para ese lado. A uno cuando le dicen que el chico le salió con imaginación ¿que se piensa?: me salió un Picasso, un Mozart, una cosa así. ¿Qué se va a imaginar esto? Por ahí en los dibujitos que hacía uno podía ver un costado… como decirle: oscuro. Algún compañerito con un cuchillo en la cabeza, otro colgando de un árbol, esas cosas que hacen los chicos. Y por eso la entendimos a la maestra cuando nos dijo que prefería mantenerla separada del resto para preservarla a ella… y a los compañeritos también. Es lógico, ella tenía que velar por todos.
¿Con los hermanos? Tampoco se juntaba mucho. Porque los otros eran medio salvajes, hay que decirlo. Pero eran cosas de chicos, se tiraban de los pelos, se arañaban, lo normal. ¿Cómo? ¿Si se peleaban entre los tres? Más bien era siempre los dos más grandes contra ella, no sé por qué, vio que los hermanos son así, celosos. La cosa es que la tenían medio de punto, me acuerdo una navidad que le quemaron la única muñeca que le había traído Papa Noel y después le pintaron la cara con las cenizas. ¡Cómo lloraba! ¿Pero nosotros qué íbamos a hacer?, eran chicos, haciendo cosas de chicos. Lo normal.
¿Si de chica ya daba indicios? ¡¡Para nada!! ¡Si era un pan de dios! Callada, muy seria. Como para que se dé una idea, ¿sabe qué recortaba de los diarios? Usted va a pensar las historietas, los dibujitos… no, ¡los avisos fúnebres! Cinco años tenía cuando hacía eso, pero nosotras con la madre pensábamos que era porque le gustaban las oraciones que siempre aparecen ahí… aunque ahora que lo pienso todavía no sabía leer. Bueno, como sea, ni se nos ocurrió pensar que era por algo malo. Era muy buenita. Y muy seria. Demasiado seria le diría. Siempre se quería vestir de negro, si cuando empezó primer grado, no había forma de que se pusiera el delantal. Al final accedió si la madre la dejaba ponerse un buzo negro largo que le llegaba a las rodillas. Y lo de las uñas fue otra pelea que tuvieron. ¿Dónde se ha visto que una nena de seis años se pintara las uñas de negro? ¡Y para ir a la escuela! La madre no la dejó, le dijo que tenía que madurar para hacer esas cosas. Así que recién se lo permitió cuando empezó segundo grado. Tampoco iba a dejar que hiciera lo que se le daba la gana.
Y no es que uno pueda decir que la controlaran mucho. Vio que se dice que estas tragedias pasan cuando en la casa hay un padre muy autoritario. Nada que ver. Raúl, el padre, es viajante así que está poco y nada en la casa. Y Fabiana, lo mismo, entre el trabajo, el gimnasio, el curso de flores de Bach, casi que no tiene mucho tiempo. Ni para cocinar, porque eso yo se lo dije unas cuantas veces: “esta chica no come sano”. Pero ella me decía y con razón: “yo no soy cocinera, ya es grande, que aprenda”. Y la verdad es que si no, los chicos se malacostumbran a que la madre sea la sirvienta y no es así. Lo digo por experiencia, porque yo tengo un hijo de 37 que vive conmigo y no sale de casa si no le planché la camisa. Ella no, ella los quiso criar distinto a los suyos. Pero al final mire cómo le salieron. Bah, esta chica nomás porque los otros son unos santos.
No, no , no. No es que esté diciendo que es un desastre. Es una chica normal que va a la escuela y esas cosas. Pero tiene lo suyo, como todos los adolescentes, porque al final es eso, una adolescente con cosas de adolescentes. Y después está el temita ese que ya sabemos… de los kilitos de más. Ojo que ella nunca lo sintió como algo malo, siempre estuvo orgullosa de su gordura. Aunque, hay que decirlo, no le gusta que se lo mencionen. Si por ejemplo le llegábamos a decir que parara de comer, que la terminara con los alfajores, ahí sí se ponía como loca. Vio cómo son los chicos que no la entienden, uno lo hace por su bien pero no la entienden. Y yo creo que ese tema tuvo mucho que ver en su mala relación con los compañeros y con los maestros. Igual yo creo que agrandaba un poco las cosas porque una vez vino diciendo que la maestra la había llamado al frente porque justo estaban dando la vida de las ballenas y la puso como ejemplo. Lo de las ballenas es cierto porque después vi la carpeta y tenía una lámina y todo. Pero lo otro… vaya uno a saber… Inventaba mucho.
¿Si hay alguien más así en la familia? ¿Así, cómo? ¿Obeso? Yo no diría… por ahí Fabiana la madre no es lo que se dice Valeria Mazza, pero se cuida, va al gimnasio. Se la pasa en el gimnasio. Pero esta chica nunca quiso saber nada con el gimnasio, siempre encerrada, siempre seria. Y al final nosotros decíamos y bueno, será seria nomás, tampoco uno tiene que estar riéndose como en un circo todo el tiempo. ¿Sabe lo que me estoy acordando? Que Fabiana una vez vino con una idea media rara de que capaz que a la nena había que tratarla, que capaz que un psicólogo la podía enderezar. Pero a mí me pareció una locura. ¿A qué tiene que ir un chico a un médico de locos? A qué lo vuelvan más loco. A mí que me disculpen pero esas cosas modernas son inventos para sacar plata. ¿Qué le podía faltar? Todo le dieron, nunca le faltó nada, bicicleta, internet, play station. Todo lo que querían, lo tenían. Es verdad que a la nena le compraban pocas cosas nuevas y casi siempre le tocaban las cosas que los más grandes ya no usaban. Pero eso es normal, pasa en todas las familias, tampoco se puede todo. Pero no por eso va a necesitar ir a un psicólogo, dónde se ha visto.
¿Si es agresiva? No, para nada. Por ahí contesta mal, pero muy pocas veces. Es que prácticamente no habla y cuando una le habla está con esa música enchufada en las orejas que no presta atención. Lo que sí me acuerdo de una anécdota de un día en que estábamos festejando el cumpleaños de uno de los hermanos y la madre le dijo que si seguía comiendo así iban a tener que llamar a una grúa para levantarla de la silla. A todos nos hizo gracia y nos largamos a reír, vio que uno se tienta. Pero a ella no le hizo gracia y ahí nomás se levantó como una tromba, tiró el plato de ravioles contra la pared y se fue gritando “¿por qué no se mueren todos?”. Mire usted, ahora que lo pienso, indirectamente se ve que deseaba algo así. Pero qué íbamos a pensar… Esas son cosas que se dicen sin pensar. Para mi gusto se excedió un poco porque la madre lo único que quería era que tomara conciencia. Pero se ve que ella no lo entendió así.
¿Para los 15 qué pasó? Y fiesta no quiso, como ya nos imaginábamos. Mire que hacerle eso a los padres, la única hija mujer y no querer la fiesta de los quince. Ni viaje a Disney quiso, nada. ¿Sabe lo que pidió de regalo? Quería irse a un recital a no sé qué ciudad de Europa, de un grupo que ni sé cómo se llamaba y cantaban a los gritos. Ni locos, antes que regalarle eso nos cortábamos las manos. Digo cortábamos porque para el regalo íbamos a colaborar todos. Así que nosotros le hicimos nomás la fiesta, le compramos un vestido rosa precioso que la verdad fue difícil conseguir para ese talle, pero no quiso saber nada. Dijo que antes de ponerse ese vestido se cortaba las venas. Siempre fue una exagerada. Y a la fiesta fue porque la amenazamos con cortarle internet. Pero fue con la cara larga, vestida de negro, un desastre. Y estuvo toda la noche sentada en un rincón, no se paró ni para las fotos. Teníamos que ir todos hasta donde estaba ella para posar. Pero la fiesta se la hicimos, esas cosas pasan una vez en la vida y cuando sea grande lo va a agradecer. Justamente viendo las fotos de la fiesta fue que nos enteramos del tatuaje ése que tiene, con esa frase tan terrible. Jamás nos había dicho nada que se había hecho un tatuaje y después en las todas fotos salió levantándose la manga para mostrarlo. Ahora que lo pienso hasta parece una amenaza premeditada, pero uno que iba a pensar algo así…
Si hasta en la escuela se lo festejaron. Los compañeros llevaron globos y hasta le regalaron un cd con música caribeña. Ella como siempre, que toma todo para el otro lado, dijo que era para burlarse porque a los globos les habían dibujado su cara y puesto su nombre. Y que lo de la música era porque ese estilo se llama "vallenato" que es como le decían a veces a ella para enojarla. Y la verdad que ahora yo no sé qué creer, si en la crueldad que pueden tener los chicos o en lo retorcida que puede ser la mente de mi sobrina que siempre se hace la víctima...
¿Que le cuente de la semana anterior a que pasara todo? Sí, como no. Yo hacía mucho que no la veía porque como le dije tengo mucha familia, estamos siempre de acá para allá. Y si uno no se entera de nada es porque están todos bien. La cosa que una tarde me llama mi hermana para pedirme la receta de una torta que yo siempre hago y ahí le pregunto cómo andan todos y ella me cuenta de mi cuñado que estaba en Salta, de los chicos, todo bien. Ahora que lo pienso de la nena no me dice nada, me cuenta de los dos mayores, que estaban muy bien, con trabajo, con novia, todo, pero de la más chica no me dice ni mu. Y lo que sí me cuenta muy preocupada es que no encuentra por ningún lado el revólver de mi cuñado y que él le dijo por teléfono que no se acordaba si lo había traído a casa o no. Ahí yo le dije: “pero cómo no se va a acordar de una cosa así” y ella me dice que como se junta con los amigos a practicar tiro, que es una afición que tiene de hace mucho, no se acuerda si se lo dejó en la casa de los amigos o lo trajo a la casa. Yo ahora, atando cabos y esto es una opinión mía, me doy cuenta de que la nena ya se lo debía haber sacado a escondidas y lo tenía guardado.
La cosa que al otro día me la encuentro a la nena en la calle y cosa rara en ella se cruza para saludarme y se me pone a hablar. Parecía otra, más normal. Y ahí me cuenta que va a actuar en el acto del día de San Martín y usted no sabe lo contenta que yo me puse porque la vi como alegre, entusiasmada, cosa rara en ella. Porque nunca fue de participar en ningún acto, siempre hosca, muy para adentro. Por eso me alegré porque me dije: “bueno, parece que la madurez está llegando”. Y ese día me dijo: “no sabés tía, va a ser genial, se van a acordar todos de mi actuación”. Y mire que a mí se me ocurrió pensar que a lo mejor se le daba por estudiar para actriz, por qué no, podía ser la nueva Ana María Giunta, ¿uno que sabe? ¿Por qué la vamos a menospreciar, que algún talento debe tener, escondido, pero lo debe tener?
Y así como le digo, a los dos días pasa esto que ya sabemos, que en medio del acto saca el revólver y empieza a los tiros, y bueno, toda esa desgracia que ya sabemos. Yo entiendo que no se hable de otra cosa, que la masacre esto, que la masacre aquello. Pero en el medio de todo eso está mi sobrina, que es un ser humano como cualquiera que se merece otra oportunidad. Qué se le va a hacer, nos salió medio torcida y encima gordita, pero no tiene la culpa. La culpa es de los demás, de la sociedad que está enferma y no sabe aceptar al que es diferente. En la escuela, ¿no se dieron cuenta los maestros? Claro, si se la pasan de huelga. Ahora resulta que mi sobrina es una asesina ¡ pero por favor! ¡Ella también es una víctima! ¡Todos somos víctimas de esta sociedad! No hay contención para el chico de hoy, no se lo toma en cuenta, se lo discrimina. Y claro, después pasan estas cosas. Hasta que la sociedad no cambie de mentalidad, esto no cambia señor juez.
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