sábado, 10 de marzo de 2012

Notas de viaje - Montevideo (5)


5. Vamos a la playa

Sábado por la mañana: recorrimos la feria de la Ciudad Vieja cuyos puestos no eran muy diferente de los que había durante la semana. Aunque supuestamente la feria de la Ciudad Vieja sólo se hacía los sábados, al parecer ahora se había extendido a todos los días de la semana, aprovechando la cantidad de turistas. Es una mezcla de feria retro con artesanos, sin grandes atractivos. Aprovechamos también para visitar la catedral, que está cruzando la calle: de afuera no llama mucho la atención pero adentro es muy bonita e imponente. Aunque está muy bien conservada, parece un poco tétrica porque está levemente iluminada y no tiene muchos vitrales que dejen entrar la luz. La música ambiental con cantos gregorianos creaba un ambiente medieval.

Catedral de Montevideo

Nuestra siguiente visita fue a una librería que nos había llamado la atención desde afuera por una estructura circular de hierro con firuletes y la palabra “librería”. La habíamos descubierto en nuestra anterior visita, justo el día en que nos íbamos de Montevideo y esta vez habíamos pasado varias veces por la puerta y siempre estaba cerrada. Finalmente la encontramos abierta: se trata de la librería “Oriente y Occidente – libros antiguos y modernos” como dice la placa que está en la puerta. Un lugar que podríamos poner junto al café Brasilero para completar el paraíso. Paredes tapizadas de libros usados, ordenados en viejas bibliotecas de madera en secciones indicadas con letras de bronce; música clásica sonando y un dueño que no habla a menos que consultemos. La librería incluye un subsuelo al que no accedimos ni preguntamos si se podía pero en el que se podían ver decenas de estanterías repletas de libros. Un lugar para quedarse a vivir. Encontré un libro en inglés sobre Tolkien (en rigor, del hijo de Tolkien sobre el libro Silmarillion) que supuse que a Pablo podía interesarle y finalmente compró. Yo no elegí nada porque lo que estaba a nuestro alcance son libros que uno puede encontrar en las librerías de viejo de acá y otros que me compraría nomás por el objeto en sí no estaban a nuestro alcance. 

Al salir volvimos, casi como sonámbulos, a la calle Sarandí. Terminamos, como era de esperar, en la Puerta de la Ciudadela donde aprovechamos para sentarnos a descansar en un banco de la plaza. Desde allí se veía el teatro Solís y me pregunté en voz alta si se podría visitar. En las escalinatas se veía un grupo que era claramente de turistas así que fuimos hasta ahí. Llegamos justo cuando empezaba una de las visitas guiadas. Estos uruguayos tienen onda hasta para hacer una visita guiada. El guía era un muchacho bastante joven y atolondrado para hablar pero muy agradable que comenzó a contarnos la historia del teatro por la fachada y el hall principal. Una vez allí nos interrumpieron una chica y un muchacho con un tambor. Era parte de la visita y aparecerían varias veces más en los diferentes ambientes del teatro. Ella cantaba (precioso), bailaba e iba contando la historia del candombe mientras el músico la acompañaba. El teatro es bastante sobrio y moderno para los años que tiene (fue inaugurado en 1856) porque fue restaurado luego de un pequeño incendio y lo que queda de la construcción original es bastante poco: algunas columnas, las impresionantes arañas y la sala de teatro propiamente dicha. Es unos de los teatros reconocidos internacionalmente por su accesibilidad, es decir que además de rampas y ascensores tiene programas en braille y acondicionamientos para hipoacúsicos. Lo que desnuda la triste realidad de muchos lugares de nuestra ciudad que se hacen los integradores y sólo cuentan con una rampa en la entrada.

vestime que me gusta

La sala principal es muy cálida (aunque no tan impactante como el teatro el Círculo), tiene capacidad para unas 1200 personas y una cúpula preciosa. Una curiosidad que nos contó el guía: los palcos que están justo al lado del escenario ya no se venden porque la visibilidad es nula. Siempre fue así, sólo que en otras épocas la gente que compraba esos lugares lo hacía no para ver el espectáculo sino para ser vista por los asistentes. Cosas de ricos. También hay una sala “off”, con estética más moderna, para espectáculos de artistas nuevos y más experimentales con un total de 300 localidades. Visitamos además una muestra de vestuario, con trajes inspirados en personajes de ópera situados en diferentes épocas. 

Almorzamos por ahí y volvimos al hostel. Después de una siesta para recuperar el mal sueño de la noche anterior, nos fuimos a la playa de Pocitos. El día estaba especial: mientras esperábamos el colectivo teníamos que ponernos a la sombra porque nos asábamos. Una vez en la playa el viento leve ayudó a que el sol no calcinara. Pablo fue el primero en ir al agua y volvió feliz de la vida. Mi turno (es lo malo de ir en pareja sin amigos: alguien tiene que quedarse a cuidar los bolsos). Había que caminar como media cuadra para llegar a una cierta profundidad, camino por el que había que ir sorteando basuras y algas varias (lo que daba bastante asquito). Una vez mar adentro, el agua estaba hermosa. Había pocas olas y la temperatura ideal. Me quedé haciendo la plancha, nadando suave. Salí preparada a soportar mi habitual dolor de oídos al salir del mar pero ¡no apareció! Otra razón para amar a Montevideo y van…

playa Pocitos

Tomamos sol, sacamos fotos, hicimos crucigramas. Desde que habíamos llegado yo tenía hambre y esperábamos a que pasara algún vendedor para comprar algo pero sólo pasaban heladeros y un señor que vendía “borlas” de fraile y roscas; yo no quería nada de eso. Cuando Pablo se cansó de esperar y se levantó para ir a comprar un helado apareció una señora vendiendo pastrafrola y alfajores de maicena que nos salvó la tarde. Nuevos chapuzones en el mar, solcito para secar las mallas y cuando el sol ya empezaba a ocultarse detrás de los edificios (hay muchos por esa zona, por suerte no son tan altos) levantamos las cosas y caminamos por la orilla. 

Antes de volver para el hostel decidimos recorrer un poco el barrio de Pocitos, una de las recomendaciones de Polifemus que nos habían quedado pendientes la vez anterior. No resultó ser gran cosa porque no quedan muchos vestigios de otra época y los edificios nuevos se llevaron todo por delante. Sólo en algunas casas se adivinaba una época de esplendor. Es, claramente, una zona menos turística y ya pensamos para una próxima vez alojarnos por esa zona para “vivir” Montevideo de otra manera.


[Continuará]

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