sábado, 18 de febrero de 2012

Notas de Viaje - Montevideo (1).


1.Llegando está el carnaval.


Un nuevo viaje siempre es motivo de alegría, cualquiera sea el destino. Montevideo es destino conocido y querido; sólo serán cinco días, un pequeño descanso en medio del calor rosarino. Por ser viaje internacional nos piden estar 45 minutos antes en la terminal. Como somos demasiado puntuales llegamos una hora y media antes. Empezamos a palpitar el carnaval desde temprano: en la boletería, delante de nosotros, estaban los chicos de la murga La Cotorra, con quienes compartiríamos micro. Como es mi costumbre, antes de subirme al colectivo y por precaución, fui al baño. Era en la parte nueva de la terminal: un baño muy lindo y limpio pero… sigue estando la señora que pide la colaboración a cambio de mantener limpio el baño y darte papel higiénico. Cada vez que me encuentro con esta escena (no pocas veces, visito todos los baños públicos) me molesta esta modalidad que no recuerdo haber visto en otros países (aunque es posible que mi memoria no lo tenga presente). La limpieza de los baños así como la provisión de papel higiénico y jabón es obligación de la empresa (en este caso la terminal de ómnibus). Son ellos los que deberían pagarle un sueldo a esa señora, pagarle obra social y jubilación. ¿Por qué la limpieza del baño tiene que depender de la solidaridad de la gente? Recuerdo incluso que hace años, en la misma terminal, el cartel que solicitaba la colaboración pedía, conminaba casi: “Se colabora con la limpieza”.

Salimos de Rosario bastante puntuales (el horario estipulado era 23:30) teniendo en cuenta que los integrantes de La Cotorra llevaban decenas de bártulos, instrumentos, cajas y demás equipaje, que tardaron un buen rato en cargar. Vamos en coche semi-cama. No suelo tener problemas con los colectivos, mi estatura corta y contextura pequeña me permiten acomodarme en cualquier asiento. De hecho, mis pies no llegaban al piso y me deslizaba hacia abajo. Pablo sí tiene problemas: el asiento le queda chico y cuando el pasajero de adelante reclina el suyo casi no le queda espacio. Putea un buen rato y nos recordamos mutuamente que la próxima vez tenemos que comprar sí o sí coche cama. Pero después nos olvidamos y compramos lo que hay disponible en el momento. La azafata nos informa sobre el trámite que habrá que hacer en la aduana y las facilidades del coche, y nos avisa, casi pidiendo perdón, que nos pasará a servir una bandeja con una pequeña (remarca “pequeña”) cena. Es un sándwich de miga, una empanada fría y un pedacito de torta, más vaso de gaseosa. No es para pedir tanto perdón, hemos cenado cosas peores.

 A las 3:30 (4:30 hora uruguaya) llegamos a la aduana. Felizmente no hace falta que bajemos del micro, simplemente tuvimos que entregar nuestros documentos y esperar a que terminaran el trámite. El otro micro que salió de Rosario al mismo tiempo que nosotros e iba adelante no tuvo la misma suerte: los hicieron bajar a todos y hacer filita para presentar los documentos. Cosas del azar. Igual bajamos para estirar las piernas e ir al baño. El paisaje nocturno destaca la pastera Botnia muy iluminada y sin rastros del largo litigio que amenazó su funcionamiento. Varios carteles advierten acerca de la barrera sanitaria y los productos que no están permitidos ingresar al país. En ningún momento persona alguna nos informó sobre la barrera sanitaria ni tampoco verificaron que nadie llevara esos productos. Estos uruguayos son muy confiados.

esperando el carnaval

De regreso al micro y reiniciada la marcha, mientras intentaba dormirme, pensaba en la posibilidad de un accidente. Tengo una tendencia morbosa a pensar en la peor escena. Me sale naturalmente. Pensaba en la cantidad de gente que muere a diario en accidentes de tránsito y que de un momento a otro deja de existir. Sin presentimientos, sin avisos. Así, de golpe. Pensaba en la casa que quedaba llena de cosas ahora inútiles, mi familia enfrentando ese trágico hecho, el vacío repentino. Como pueden apreciar, no pasó nada. Pero siempre que veo esos martillitos en las ventanas con el cartelito “En caso de emergencia, romper el vidrio” me pregunto si servirán de algo, si ante la desesperación la gente se acordará del martillito, si el martillito será eficaz. Igual no tengo necesidad alguna de comprobarlo, es una duda nomás. 

Una hora después del trámite la aduana la azafata vuelve a despertarnos para darnos el desayuno. Casi nos ruega que nos mantengamos despiertos porque nadie le da bolilla. Tiene, sin embargo, un arma más efectiva para lograrlo: el café con leche que nos sirve está tan dulce como para producir un coma diabético por hiperglucemia. Lo tomo a duras penas pero no tardaré en arrepentirme, me cae como una bomba. Está empezando a clarear y mientras nos acercamos a Montevideo vamos viendo un paisaje más o menos conocido: kilómetros de campos, decenas de vacas, caballos. Con Pablo fantaseamos con la idea de comprarnos un campo en Uruguay, dedicarnos a la agricultura y los productos fitoterapéuticos. Del campo pasamos a comprar un escarabajo (VW Beetle, de los viejos) y nos preguntamos si será muy complicado el tramiterío para llevarlo a Argentina. Nos acordamos de Moreno, el secretario de Comercio y sospechamos que será más fácil comprar un Alfa Romeo directamente en Argentina. 

Poco antes de arribar a la terminal, la azafata saluda a los chicos de la murga (es la primera murga íntegramente no uruguaya en participar en la competencia), les desea suerte y les pide que canten algo. Tardan en decidirse, arrancan tímidamente pero al primero que se equivoca se empiezan a reír y ya no siguen. Están bastante dormidos. Pero no dejó de ser un lindo adelanto de lo que ya se palpitaba en Montevideo.

[Continuará]
Fotos del viaje.

. Seguir al capítulo 2: Suelo charrúa.

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