Hace ya muchos años que tengo contacto con la música y la literatura uruguayas. Desde Leo Masliah a Mario Benedetti, de Jaime Roos a Eduardo Galeano, de Zitarrosa a Fernando Cabrera. Por eso Montevideo, aunque sólo la había visitado por una tarde hace mucho tiempo, me resultó familiar. Los lugares, los nombres de las calles, las expresiones idiomáticas. Es lo que sucede cuando los artistas se dedican a pintar su aldea. Y fue por eso que desde el momento mismo en que llegamos a la capital, antes incluso de bajarnos en la teminal de Tres cruces, empezaron a sonar en mi cabeza las canciones uruguayas. La primera que venía a mi mente cada vez que pensaba en la palabra Montevideo es aquella de Leo Masliah que empieza: “En Montevideo hay poetas, poetas, poetas” (y que ustedes pueden escuchar si quieren tenerla de banda de sonido de esta crónica). Y en verdad parece una ciudad propicia para los poetas. Es grande y populosa pero sin las molestias de Buenos Aires o Rosario. Es una ciudad infinitamente más limpia y mucho más amable. Más tranquila y acaso más sumisa (¿será por eso tal vez que los uruguayos terminan su conversación con la frase: “A las órdenes”?).
Empezar nuestra visita por la terminal de ómnibus fue una grata bienvenida: amplia y limpia, muy limpia. Sin amenazas aparentes. Y algo sobresaliente que se repitió en todo nuestro viaje por Uruguay: ni una sola persona nos pidió una moneda por cargar o descargar los bolsos, hacer uso de los baños u otro servicio (sólo nos sucedió en Paysandú, la última ciudad que visitamos antes de volvernos y cuando ya estábamos sospechosamente cerca de la Argentina). A lo que hay que agregar una predisposición servicial en la gente, siempre una sonrisa. Ahora que lo pienso, esto no debería ser algo destacable pero el malhumor y los malos modos con los que nos hemos acostumbrado a convivir en esta ciudad y este país nos han hecho pensar que en todas partes debe pasar lo mismo. Por suerte no es así.
Cargando nuestras mochilas fuimos hasta la parada del ómnibus y aunque teníamos una vaga idea de qué colectivos teníamos que tomar, fue sólo preguntar a alguien para que al instante dos o tres personas más se acercaran para darnos sus indicaciones y sugerencias. Una señora que se subió al 60 con nosotros siguió incluso con sus indicaciones una vez arriba del colectivo y hasta unas cuadras antes de descender. Eso no impidió que nos sintiéramos un poquito desorientados al bajarnos pero con el plano que nos habían proporcionado en la secretaría de turismo llegamos sin problemas al Hostel Ciudad Vieja, en el corazón mismo de esa renombrada zona de Montevideo.
Ya había pasado el mediodía y por supuesto moríamos de hambre. Conseguimos un súper abierto a unas pocas cuadras (el Ta-Ta, una cadena que está por todo Uruguay y que tiene una tipografía casi exacta a las viejas tiendas Tía de Rosario). Pablo compró lo que para nosotros era una curiosidad pero después veríamos en todos lados: una medialuna gigante rellena de jamón y queso. Yo compré una tarta de verdura con un gusto extraño pero que el hambre no me permitió desestimar.
Por la tarde, y luego de una pequeña siesta, salimos a caminar por la ciudad vieja que, por ser domingo y tal como ya nos habían advertido, estaba prácticamente muerta. Pero a unas cuadras nomás empezaba el centro y con él los preparativos para un evento sobresaliente en Uruguay y que tuvimos la suerte de presenciar de pura casualidad: el desfile inaugural de carnaval. Debió haberse realizado el jueves anterior pero la lluvia había obligado a suspenderlo hasta ese domingo. El desfile era a lo largo de la calle 18 de julio, para lo cual temprano en la tarde ya habían cortado las calles y empezaba la tarea de acomodar las sillas y palcos (que nos recordaron a los establos de los toros campeones de la Sociedad Rural) junto a los cordones. Era un día brillante y eso aumentaba aún más la alegría que se adivinaba en la gente por vivir esa fiesta que tanto los caracteriza. Sacamos unas fotos de viejos edificios, tomamos unos mates en la plaza y volvimos al hostel porque la idea era salir en grupo a ver el desfile. Pero aunque partimos todos juntos, pronto nos perdimos del grupo: yo vi un hueco entre la multitud que no podía desaprovechar y no ya no quise moverme, acostumbrada como estoy a padecer mi baja estatura perdiéndome de ver (y sólo poder escuchar) todos los eventos importantes.
EL CARNAVAL.
El carnaval para los uruguayos es una cosa seria. Por lo general, a mí me gustan todos los eventos que involucren mucha gente y en los que haya una celebración. La alegría no es sólo brasilera y además es contagiosa. Pero de todos modos uno se sentía un poco ajeno a ese show: el carnaval es un evento competitivo y ahí estaba la gente arengando por su grupo favorito, estallando con alguna bandera o estandarte identificador. A lo largo de nuestras vacaciones pudimos ver cómo en las radios discutían sobre el desarrollo de las noches, cuáles eran las críticas, los pálpitos y qué grupo tenía más chances de ganar. Y en la tele había un canal especialmente dedicado al carnaval las 24 hs.
En mi caso, y dada mi ignorancia en cuanto al desarrollo del evento, me costaba reconocer si lo que estaba desfilando era una de las agrupaciones o apenas un camión publicitario (ya que también estaban muy bien armados y con gran espíritu festivo). Yo sólo esperaba ver grupos de actores disfrazados al ritmo de la murga, pero para mi sorpresa también pasaban comparsas al mejor estilo carnaval brasileño u orquestas con ritmos más centroamericanos. Mientras nosotros veíamos pasar grupos más o menos grandes de personas vestidas con muchos colores y bailando frenéticamente, para el ojo entrenado sin embargo, había una clara diferenciación entre las murgas, los parodistas, los humoristas y las revistas.
Sacamos fotos y más fotos.
El desfile estaba anunciado para las 18 hs (habrá empezado una media hora después) y nosotros apenas nos quedamos un par de horas porque ya teníamos el cuello duro y las piernas flojas, pero por lo que pudimos saber llevó alrededor de unas cinco horas. Una curiosidad de esta edición (y por el cambio de día obligado por la lluvia) fue que “gran parte del desfile se realizó con la luz de día”, algo extraordinario. Lo que hace suponer que en otras ediciones el desfile terminó a altas horas de la madrugada.
Cuando decidimos que era hora de ir regresando, caminamos unas cuadras más para apreciar un poco el otro espectáculo, el de la gente. Era una verdadera fiesta callejera: familias enteras expectantes, niños jugando con espuma, vendedores y más vendedores de todo: máscaras, espuma, papel picado. Gente y más gente reunida a los costados de la calle sin perderse el más mínimo detalle, coreando y bailando las canciones del grupo de turno. Y nuevamente esa sensación de amabilidad en el ambiente. El entusiasmo era tanto que era imposible no sentirse contagiado. Los tambores daban ganas de bailar, las orquestan invitaban a cantar, y no te importaba que viniera alguien a tirarte espuma en la cara o mojarte con sifonazos de soda (como hizo uno de los camiones que desfilaban). Estábamos en carnaval.
Llegando a la Puerta de la Ciudadela, el lugar desde el que salían todas las agrupaciones para desfilar, pudimos tener otra dimensión de lo que allí estaba sucediendo: colectivos llenos de artistas esperando su turno, cientos de personas preparadas para el momento crucial, practicando un paso, arreglando un detalle del vestido, tomando el consabido mate para acompañar al espíritu. En Montevideo hay poetas, poetas, poetas...
Volvimos al hostel demasiado hambrientos como para lamentar que la fiesta continuara sin nosotros. Fue una cena rápida y desabrida pero no había fuerzas para más. Estábamos cansados pero alegres. Habíamos sido parte por un ratito de un festejo ajeno y la alegría duraba. Y yo sentía más entrañables aquellos versos de Jaime Roos que tanto canturreaba hace años:
…Que no se apague nunca el eco de los bombos,
que no se lleven los muñecos del tablado.
Quiero vivir en el reinado de dios Momo,
quiero ser húsar de su ejército endiablado.
Que no se apaguen las bombitas amarillas,
que no se vayan nunca más las retiradas.
Quiero cantarle una canción a Colombina,
quiero llevarme su sonrisa dibujada..
Lararará lararará larairaraira….
[Continuará]
Fotos del viaje.
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1 comentario:
Hermosos carnavales de Uruguay de verdad que compiten con los carnavales de Rio
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